Es muy poco. Dos horas y media es muy poco.
Y ahora, además de estos párpados como anochecer de plomo debo soportar la provocación de un asiento vacío junto a la ventana. Me mira desde el agujero en su miserable acolchonado de plástico con total conciencia de mi frágil estado. Soy un ente que se limita a respirar y ahorrar energías; no soy yo quien tiene el control de esta situación. Es la Máquina. Su suave ronroneo y oscilante suspensión me contienen como un océano en reposo y me tientan de manera que casi sucumbo ante Ella, pero a último momento me hago a un lado y estos párpados como estruendosa avalancha no alcanzan a sepultarme, aunque me dejan mal herido.
Debo concentrarme en respirar, en lograr un pulso que evite la necesidad de pensar.
No debo pensar en la Máquina ni en la tentación de entregarme a Ella y a la contención de su placenta onírica. No debo pensar en la Máquina. Tantos otros se han rendido ante ella y han perdido su rumbo... no, no debo pensar en la Máquina.
Debo estar volviéndome loco. Al mirar el mundo exterior veo repentinos y absurdos bultos en las caras de las personas que pasan. Sin embargo, es tan efímero el fenómeno que me cuestiono su existencia. Debe ser una maniobra de la Máquina para hacerme temer el afuera, una (otra) manera llevarme a su centro. Intento concentrarme en respirar pero estos párpados como pantano pegajoso no se separan y empiezo a preguntarme cuánto más podré resistir... mas no puedo hacer cálculos acerca de mis posiblidades porque adentro de la Máquina no percibo el paso del tiempo. Una fracción de segundo y la eternidad se parecen tanto que arrojar estimaciones sería como jugar al ajedrez con un demente.
Apoyo mi frente sobre la fría ventana y me limito a ver las figuras pasar. Geometría abstracta, concreto erguido, masas, más geometría, tiquitacatiquitaca mi frente contra la ventana, estos párpados... la Máquina... no debo pensar. El tiempo y estos párpados dan vueltas a la Máquina.. los bultos y las caras deformes... estos párpados.. pero sólo por un instante... estos párpados... eternos.
Caigo como peso muerto en esa viscosidad cálida y acogedora y me sumerjo de lleno en su amor inmenso. La Máquina me brinda refugio... pero estos párpados... no deben... y aún así, la Máquina me abriga con su pulso materno. Intento mirarla a los ojos pero estos párpados ya no me pertenecen y empiezo a sentir que estoy siendo transportado. Siento que llego al centro y a su calidez, y escucho un zumbido a lo lejos.
SUENA LA SEÑAL
Abro los ojos e inhalo repentinamente el aire demasiado delgado como para servirme. Preso de un shock adrenalínico me levanto de mi lugar y sigo el origen de la señal a gran velocidad porque ahora el tiempo es más urgente y más real que nunca. Las compuertas se abren y la Máquina me vomita sobre el pavimento como a un alimento plagado de bacterias. Ruedo buscando mientras intento respirar este aire austero que no basta, no alcanza, y de repente toco una superficie blanda y sé que el pavimento ya no llega adonde estoy. Muero, me duermo sobre el colchón, pero esta vez, con el consuelo de permanecer estático.