martes, 17 de junio de 2008

Notas de viaje 3

Es muy poco. Dos horas y media es muy poco.
Y ahora, además de estos párpados como anochecer de plomo debo soportar la provocación de un asiento vacío junto a la ventana. Me mira desde el agujero en su miserable acolchonado de plástico con total conciencia de mi frágil estado. Soy un ente que se limita a respirar y ahorrar energías; no soy yo quien tiene el control de esta situación. Es la Máquina. Su suave ronroneo y oscilante suspensión me contienen como un océano en reposo y me tientan de manera que casi sucumbo ante Ella, pero a último momento me hago a un lado y estos párpados como estruendosa avalancha no alcanzan a sepultarme, aunque me dejan mal herido.
Debo concentrarme en respirar, en lograr un pulso que evite la necesidad de pensar.
No debo pensar en la Máquina ni en la tentación de entregarme a Ella y a la contención de su placenta onírica. No debo pensar en la Máquina. Tantos otros se han rendido ante ella y han perdido su rumbo... no, no debo pensar en la Máquina.
Debo estar volviéndome loco. Al mirar el mundo exterior veo repentinos y absurdos bultos en las caras de las personas que pasan. Sin embargo, es tan efímero el fenómeno que me cuestiono su existencia. Debe ser una maniobra de la Máquina para hacerme temer el afuera, una (otra) manera llevarme a su centro. Intento concentrarme en respirar pero estos párpados como pantano pegajoso no se separan y empiezo a preguntarme cuánto más podré resistir... mas no puedo hacer cálculos acerca de mis posiblidades porque adentro de la Máquina no percibo el paso del tiempo. Una fracción de segundo y la eternidad se parecen tanto que arrojar estimaciones sería como jugar al ajedrez con un demente.
Apoyo mi frente sobre la fría ventana y me limito a ver las figuras pasar. Geometría abstracta, concreto erguido, masas, más geometría, tiquitacatiquitaca mi frente contra la ventana, estos párpados... la Máquina... no debo pensar. El tiempo y estos párpados dan vueltas a la Máquina.. los bultos y las caras deformes... estos párpados.. pero sólo por un instante... estos párpados... eternos.
Caigo como peso muerto en esa viscosidad cálida y acogedora y me sumerjo de lleno en su amor inmenso. La Máquina me brinda refugio... pero estos párpados... no deben... y aún así, la Máquina me abriga con su pulso materno. Intento mirarla a los ojos pero estos párpados ya no me pertenecen y empiezo a sentir que estoy siendo transportado. Siento que llego al centro y a su calidez, y escucho un zumbido a lo lejos.
SUENA LA SEÑAL
Abro los ojos e inhalo repentinamente el aire demasiado delgado como para servirme. Preso de un shock adrenalínico me levanto de mi lugar y sigo el origen de la señal a gran velocidad porque ahora el tiempo es más urgente y más real que nunca. Las compuertas se abren y la Máquina me vomita sobre el pavimento como a un alimento plagado de bacterias. Ruedo buscando mientras intento respirar este aire austero que no basta, no alcanza, y de repente toco una superficie blanda y sé que el pavimento ya no llega adonde estoy. Muero, me duermo sobre el colchón, pero esta vez, con el consuelo de permanecer estático.

viernes, 6 de junio de 2008

Notas de viaje 2

Otra vez te metiste en este problema. Siempre. te pasa. lo mismo. Si sólo pararas a pensar en las consecuencias de tus acciones... y no es que te esté hablando de predicciones macroeconómicas a quince años. No, loco, de acá a diez minutos, sólo eso te pido. Pero no, acá estamos, otra vez con esta situación.
Mirá: furgón del TBA, dos de la tarde, vagón repleto. ¿Alguien más tiene este problema? Mirá. No, te estoy hablando en serio, mirá. El pelado duerme, el del labio enorme lee, la señora se arregla el pelo, el de las patillas se rasca la nariz y la de saquito muy a la moda está como el pelado, pero destrozada y con la boca abierta. Ni siquiera el que se bajó en la estación de recién y volvió a subir con apologético "me confundí" y sonrisita incómoda correpondiente es tan boludo. Sos el número uno. Y eso que por allá en la esquina hay un aparato con botas de cowboy.
Siempre tenés que ser la reina del baile. El que se tira a la pileta diez minutos después de haber comido, el que corre con tijeras porque igual no pasa nada (sísí, no me sanateés que esa cicatriz que tenés en la mano no vino sola)... mirá, la verdad, no pasaste a la historia como el boludo que se ligó un relámpago por atar un anillo a un barrilete porque te ganaron de mano, porque si no, te la firmo.
Sí, ya sé que la piloteaste una vez volviendo de Tandil, pero estabas en la ruta y era de noche, y acá no hay botellita que te salve. ¿Ah, sí?... bueno, si sos macho liquidalo ahora, enfrente de todos, dale...
Me parecía.
¿Sabés qué? Arreglate solo. Yo no tengo por qué ocuparme. En el momento te advertí, pero vos no podías esperar. Ahora hacete cargo vos de tener casi mildoscientos mililitros de cocacola tocando bocina en tu vejiga cuando estás a cincuenta minutos del baño.

jueves, 5 de junio de 2008

Notas de viaje 1

El director técnico de San Lorenzo es protagonista de una conferencia de prensa en la que comunica que una vez terminado el presente torneo, renunciará a su puesto.
Lejos, en una pizzería, dos hombres adultos observan este evento por televisión con respectivos vasos de vino firmemente agarrados. Se los ve ebrios, pero no al modo de un quinceañero escandaloso, sino más bien en un estado de ebriedad leve, pero eterna. Esa borrachera sin tiempo ni historia los asemeja un poco a Dios y otro poco a un barco envuelto en una neblina que le impide ver tanto su origen como su destino, de tal manera que la existencia de ambos pueda ser puesta en duda.
La boca del más viejo y calvo de los dos es un espectáculo repugnante. Cada tanto, acompañado por los chirridos de máquina mal aceitada que emite su garganta a modo de risa, despliega una dentadura color pavimento con varios baches.
El otro hombre bebe un trago de vino y declara: “Si yo soy hincha de San Lorenzo, voy a la casa con un garrote y le rompo todo.”
Desde el otro lado de la cortina de plástico que separa la cocina de la barra, uno de los dos hermanos que atienden el lugar esboza un pedido pacifista: “no inciten a la violencia, che.”
“Andá, Mahamba Gandhi.” “Andá, Mahamba Gandhi,” coincide el más viejo de los dos. “¿Qué, vas a está’ cuarenta días sin comé’ ahora?” “Andá Mahamba,” y con su retórica apabullante y letal, asesta el golpe de gracia: “¡Cuarenta días sin comé’ y sin birra tené’ que está’! ¡Sin birra!” “¡Uh! ¿Qué te parece Mahamba?,” desafía el primero.
“Yo sin birra puedo estar seis meses, qué cuarenta días…” contesta el multifuncional hombre, que ahora, luego de haber hecho doce repulgues de empanada a una velocidad sorprendente, lava platos al tiempo que controla el estado de cocción de una fugazzeta rellena.
El par de la barra no le presta atención. Regodeándose en su incuestionable victoria, se codean entre risas y exclamaciones. “¡Sin birra!” “¡Andá, Mamba!” “Sólo agua podés tomá’…” “Y no agua mineral eh, de la canilla,” agrega uno de los dos, ya no importa cuál. Ambos hablan con la misma ese resbalosa y babeada, y con la misma boca llena de saliva, cuyo burbujeo contra sus mandíbulas no sólo puede ser oído sino tocado (casi); transita patinoso por el aire, de la mano del vaho etílico que se zambulle en las narices de los presentes.
“Sí, la del Estado…” “La de AySA,” agrega el otro con tono irónicamente solemne. “Esa que no te hace nada,” prosigue su secuaz, sosteniendo el sarcasmo. Y finalmente, el remate: “¡No te hace nada bueno! ¡Ja! ¡Che Mamba, no te hace nada bueno esa!” “¡Andá, Mamba!,” exclama uno. “¡Andá, Mamba!,” coincide el otro.